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Soy ajena
a esa bulla apabullante
que rezuman
las caquéxicas mañanas
donde el frio
devora
con presteza
el tiempo que huye pretencioso
de las manos de cualquiera.
ajena
a ese zumbido de rezos esporádicos
como hormigas
morando en ancianas sometidas
caminando entre las vigas de los
días bastardos
que solo saben
romper
y desmoronar
mas heridas en la carne
e imponerle
al daño
un nuevo nombre
de rasgos indistintos
pero vistas torpemente similares.
Tú sabes. Oírle al dolor
el dolor
de ser una lamentación liquida
de efecto narcótico y sedante
como una mentira amorosa
avinagrada en variantes
y salidas
y extraños
y desprecios
y tiempos de exilio sin rarezas
Soy dudas. Sentirme ajena a eso
podría ser un triunfo inesperado
tan suave, tan cálido
Tan difícil de creer
Como si la ceguera permanente
que garuan las necesidades de mi
piel
añeja y erizada
fueran
palomas plomas de cordura
muriendo prestas
en los caminos esteparios
donde ni el viento
puede tomar su esencia verdadera
por el miedo
a ser arrastrada
por la demencia de la sangre
que arrastra la ansiedad
la purísima necesidad
esta hambre de ser
y de poseer algo mas
que la nada
de un invertebrado abrazo
compuesto únicamente de palabras
La torpe sensación
De desear un instante frágil
demasiado prematuro en tejidos
como para darse a luz
en un mundo
famélico de estacas
Una gran y enorme
como pálida desesperación
aflorando en la mitad de la lengua
como una silaba
malparidamente muerta
antes de volar.
Entonces. ES decir
Verse arrastrar por los limites
De no y del nada
Del ajeno y nunca propio
Gélido Sentimiento
de poder
Besar al ingrato
Y bastardisimo Juego
del estar
Sin nunca haber empezado
A rozar sus manos extrañas.
Ser asimismo ajena
Al hedónico placer
De la felicidad desencriptada
Alguna tarde de verano
En medio de las sabanas
De unas ganas desnudas de discursos
Y esa es la verdad.
No tengo nada
Ni el mismísimo final del concepto
De saberme ajena
De todo lo básicamente inútil a los ojos
Y aun así serlo
De aquello
Realmente
Importante para el corazón.
Desagraciada razón.
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