Calle de aire.
Calle de aire.
Goteas despacio
Aceleras las humedades
en mi pecho
armando un campo de margaritas
en medio
del arenal asentado en mi tristeza
Una pena. Una lástima desflorando
A mediodía
El verdadero color de una miseria
El dolor. El dolor de no ceder
de no tenerte
de no poder corregir más las imprudencia
de cuando
le escribes a ella
pedacitos de tu piel
con esa ortografía
tan pasional
e incoherente
que manejas desde siempre
para los asuntos del corazón.
Mentir. Quisieras. Quisiera
Pero tú no sabes qué es eso.
Sabes de los días de lluvia, las madrugadas nubladas
y las noches donde me muero en el sol
de un poema sin tregua
Decisiones a las 6 pm
que jamás se tomar, ni convencer
de que deberían romper
y tener alas
de una
gloriosa y maldita vez.
No lo sé.
Tomar de esos impulsos tuyos
Las ganas de sonreír,
golpearla con tus ojos
repetidamente
en cada beso que le das.
Eres un mal perdedor.
O quizás yo, sencillamente
una mala mentirosa.
El amor nos era un término
de garras largas, melena azabache
y ojos tan negros
como la muerte de las flores
un mañana primaveral.
Y ambos le temíamos
al olor de su cuerpo
tendido
sobre las sábanas donde
reclamábamos
las pocas maneras
que nos sabíamos de querer
como máquinas sin hálito
de siquiera ser capaz.
Extraño esos tiempos, a veces,
despacio,
a momentos de intervalos de nunca
como dejé claramente
Escrito en la boca de mi diario hoy
cuando me reclamaba los murmullos.
Me escandalizas. Y quizás esa
sea la real verdad tras toda
esta parsimonia de huesos rotos
y memorias obsoletas.
Me horrorizan tus ganas de
engañarte.
Buscarla mientras cocina
ilusiones de papel
creándote un camino sin dudas
tan bellamente irreal.
Y de qué vas.
No hay mayor ciego
que el que no quiere ver
decía mi abuela
cuando arropaba mis lágrimas
hace años, alguna ocasión.
Y es verdad. No hay más que sentirte
en la distancia de unas cuadras
olisqueando el pánico a la soledad
que embargan tus lunares.
Sonreírte con una mansa pena
crecida en cautiverio
Y ver como acaricias lento
las caderas
de tu siseante y propia
tornasolada soledad.
Ya ves.
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