Amanha e hoje.

Amanha e hoje.


Amanha e hoje.

Todavía hay cosas demasiado simples para decirnos, alguna tarde de  silencios rojos y miedos verdes, como si fuesen dulces caramelos puestos en nuestra ventana tan gris de esperar. Diríamos primero con la parsimonia de un vals de Miyazaqui, que los tiempos son charcos de lluvia desapareciendo ante mi vida soleada en ocupaciones. Diríamos que mi trabajo ocupado, que mis amigos cercanos, que mi exacta deferencia de llegar a decirte que el día había sido tan pesado que tenía que irme a los pocos minutos ya. Yo que sé. Diríamos cosas de tonos punzocortantes con la misma  dulzura de algunos modismos  tiernísimos que nos solíamos  guardar. Discutiríamos algún rato más de todos aquellos parapléjicos hechos que decíamos venir ver algún día en algún momento  un poco más sano de emociones y más corto de cuerpos distantes. Hablaríamos del ayer  exabrupto y del mañana indulgente; de las ideas desnudas que se nos iban amontonando en el  cuarto y de las pocas ganas que tenían para vestirse y andar. Llegaríamos entonces, a la decisión de abandonarnos por milésima vez, pero  repitiéndonos claramente que ninguno sería el que  diera el paso al final. Retrocederíamos lentamente como ovejas hasta ese punto donde nos hallábamos con nuestro lobo interior. Alzaríamos las voces hasta ese rojo en mayúsculas poniendo en tela de juicio todo aquello dicho pero no dicho a lo largo de la relación. Respiraríamos entonces, llenándonos de ese aroma a quizás y a no quiero dejarte  tan evidente en la habitación. Bajariamosle corcheas a ese rictus de confusión con algunas ramas de confesión… y zaz. Volveríamos entonces al cauce normal del rio que parecía jamás detener su camino por más  árbol de patrañas cayéndole en la espalda a las ganas. Y dejaríamos en medio de todo esas cosas demasiado simples para decirnos con palabras, pero si con actos grandilocuentes morándonos la piel (…)

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